Siempre
ha sido, es y será. Pretender olvidar el
inconsciente que se ha construido con este derredor, es como pasar un borrador
por una llama de fuego, algo que se incinera lentamente sobre su misma tierra,
hasta fundirse y desparecer en un mar de cenizas negro.
Los tiros
se escuchan entre las montañas y se confunden con la lluvia, con el sonido de
los truenos y el viento enroscando los ramajes como un cabello rebelde,
estruendoso. Imagino las botas de caucho negro en medio de gritos atentos y
expectantes, angustiosos. Las caminadas de tres días con acampadas esporádicas,
en un delirio de hambre y cansancio. La imaginación que siempre nos trae la
guerra no vivida, la que no se siente por experiencia pero se comparte en
repudio.
Todo este
imaginario colectivo de la guerra en nosotros, como escribir sin pensarlo dos
veces en el papel, fluir con esos recuerdos infernales de este país sin memoria, eso que está dentro de mí
y se expresa sin preguntarlo dos veces, esparciéndose en un mar de corteza
blanca que se llena de sangre, que me da la tierra, una sanguinolenta tierra
llamada Colombia.
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