Últimamente
me he volcado al cine colombiano, es decir, lo he empezado a ver muy de
seguido, y ha sido todo un placer, sobre todo porque es cuando más experimento
eso de que el cine es como un espejo, y me pasa exactamente con esta película,
el vuelco del cangrejo, de óscar Ruiz Navia (2009), en la que nos cuenta la
historia de Daniel, quien llega a la comunidad afroamericana de Ibarra, en la
costa pacífica colombiana. Daniel arriba
con la intención de buscar un barco para irse del país, y para olvidar un amor
que tuvo en el pasado, o un ser querido. Su llegada coincide con la falta de
pescado en la zona, lo cual exige el distanciamiento de las costas, cosa que lo
obliga a quedarse, y a conocer personajes como cerebro, quien teme la llegada
de la modernidad y de él paisa, un caleño quien quiere sacar negocio en una
playa.
La
sutilidad de esta historia, me hace pensar en las historias mínimas de carlós
sorin, películas cotidianas, que apelan a la realidad de personajes anti
héroes, del común, con recorridos y experiencias muy personales, que apenas son
reveladas de manera tacita al espectador, tal como pasa en la vida. En esta
historia el encuentro con una niña, y el retorno a ese interés inocente de la
infancia, en derredor con el mar, mientras se corre y se siente por un momento,
en la belleza del plano reflejando el cielo en los charcos de la playa,
mientras Daniel persigue a la niña, es sumamente placentero, por esa melancolía
del personaje, y ese exotsimo caribeño en las curvas de la negra, en las
sonrisas.
Aparte de
esta belleza simple pero sublime, esta historia me hace reflexionar acerca de
las fronteras, acerca de la tierra, del
conflicto de la tierra, este conflicto, intempestivo, eterno. Sobre todo por la
subtrama del paisa y cerebro, quienes no se entienden, y aquí el paisa llega
con reggaetón a parchar un hotel en la playa, y el cerebro le dice, no, esto no
es permitido, que le bajen al volumen, que respete, siendo así que manda a
trazar una cerca, para trazar la tierra, el límite.
Trazar el
primer cuadrito de tierra y decir esto es mío, eso hizo el cerebro. Lo mismo
que pasa en nuestros barrios, trazar fronteras, invisibles, límites simbólicos
y opresores que señalan de repente
luchas o combos y plazas, o simplemente por el hecho de fanatismos y
aberraciones.
En fin,
esta película es una reflexión en medio de mucha belleza.
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