viernes, 31 de mayo de 2013

El Vuelco del Cangrejo.






Últimamente me he volcado al cine colombiano, es decir, lo he empezado a ver muy de seguido, y ha sido todo un placer, sobre todo porque es cuando más experimento eso de que el cine es como un espejo, y me pasa exactamente con esta película, el vuelco del cangrejo, de óscar Ruiz Navia (2009), en la que nos cuenta la historia de Daniel, quien llega a la comunidad afroamericana de Ibarra, en la costa pacífica colombiana.  Daniel arriba con la intención de buscar un barco para irse del país, y para olvidar un amor que tuvo en el pasado, o un ser querido. Su llegada coincide con la falta de pescado en la zona, lo cual exige el distanciamiento de las costas, cosa que lo obliga a quedarse, y a conocer personajes como cerebro, quien teme la llegada de la modernidad y de él paisa, un caleño quien quiere sacar negocio en una playa.


La sutilidad de esta historia, me hace pensar en las historias mínimas de carlós sorin, películas cotidianas, que apelan a la realidad de personajes anti héroes, del común, con recorridos y experiencias muy personales, que apenas son reveladas de manera tacita al espectador, tal como pasa en la vida. En esta historia el encuentro con una niña, y el retorno a ese interés inocente de la infancia, en derredor con el mar, mientras se corre y se siente por un momento, en la belleza del plano reflejando el cielo en los charcos de la playa, mientras Daniel persigue a la niña, es sumamente placentero, por esa melancolía del personaje, y ese exotsimo caribeño en las curvas de la negra, en las sonrisas.


Aparte de esta belleza simple pero sublime, esta historia me hace reflexionar acerca de las fronteras,  acerca de la tierra, del conflicto de la tierra, este conflicto, intempestivo, eterno. Sobre todo por la subtrama del paisa y cerebro, quienes no se entienden, y aquí el paisa llega con reggaetón a parchar un hotel en la playa, y el cerebro le dice, no, esto no es permitido, que le bajen al volumen, que respete, siendo así que manda a trazar una cerca, para trazar la tierra, el límite.


Trazar el primer cuadrito de tierra y decir esto es mío, eso hizo el cerebro. Lo mismo que pasa en nuestros barrios, trazar fronteras, invisibles, límites simbólicos y opresores que señalan de repente  luchas o combos y plazas, o simplemente por el hecho de fanatismos y aberraciones.




En fin, esta película es una reflexión en medio de mucha belleza.

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