El
desplazamiento en Colombia parece no tener fin,
no hace falta parar en un semáforo, o leer noticias, para dar cuenta de
esta triste realidad. Es bastante normal que un grupo de indígenas llegue
golpeando a tu casa para pedir ayuda, o
que los abuelos campesinos deambulen por ahí con niños en un limbo de cemento.
Esta problemática de raíz es indígnate para muchos ojos. Más indignante aun, es ver un grupo de
indígenas corriendo por tu barrio por que acaba de ver una moto con policías,
porque a primera vista, para ellos imagino, ha de ser difícil ver a la
autoridad, o algo ha de haberles hecho esta. Sobre todo cuando no están
acostumbrados, a que en esas motos arreen a la gente, como si fueran perros.
De este
tema se ha dicho mucho, que intentan devolverlos a sus tierras, pero que no les
gusta, que se han vuelto adictos a las limosna de la ciudad, y que se
emborrachan como locos, sin ninguna responsabilidad para con sus bebes. Lo
triste, es ver como nuestras raíces, todo lo que alguna vez fuimos, se vea
mancillado de esta forma por grupos al margen de la ley y por el mismo estado
colombiano. Porque nada se puede hacer, ante las bandas criminales que se
apoderan de tierras ajenas por medio del miedo y la intimidación; y Como
consecuencia, los veamos en iglesias y plazas, que se vuelve tan normal, como
una indiferencia enferma.
El
gobierno colombiano ha sacado la ley de tierras
para restitución a las victimas pensado en esta problemática, pero
apenas llegan los perjudicados con documentación en mano y siguen siendo
amenazados y arreados de sus propias tierras. Mientras el gobierno se vanagloria
de políticas fracasadas con muy buenas intenciones, aunque lo peor del asunto,
es ver cómo estás familias llegan a las periferias de la ciudad buscando un
lugar, y se ven a sí mismo desplazadas por los llamados combos, quienes
reclutan a jóvenes de las comunas, y si no se enlistan los matan. Tal como
ocurre en san Cristóbal, o en la comuna 13 de Medellín.
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